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La enfermedad del elector peruano: “el outsider ‘populístico’ crónico”

"...puedo atreverme a diagnosticar la enfermedad electoral del “outsider” sumado a un creciente malestar por el masoquismo casi incurable..."

Raúl La Torre

Publicado: 2016-01-22


Desde que tengo derecho a voto, una y otra vez me he topado con una frustración gigante con respecto a los resultados de las elecciones en las que he ejercido mi voto (jamás ganó mi candidato presidencial, pero bueno, así es la cosa) pero además, porque comprobaba algo que ya percibía desde mi adolescencia, es decir, el ambiente carnavalesco del proceso electoral en mi país. Hoy, después de siete años viviendo fuera del Perú e informándome de lo que está allá aconteciendo en materia política por los diarios digitales, las conversaciones con mi familia y amigos, y el movimiento en las redes sociales, puedo atreverme a diagnosticar la enfermedad electoral del “outsider” sumado a un creciente malestar por el masoquismo casi incurable debido al continuo consumo del populismo viral en sus dos modalidades: el externo - material y el interno de ambiente.

El primero, es transmitido a través de la entrega de bonos, entrega de alimentos, visitas a un pueblo de una vez y para nunca, becas, frases en quechua, bailes de los hits del momento y deportistas con camisetas electorales. Mientras que el interno y de ambiente es transmitido principalmente por jóvenes de la generación “Dragon Ball” y “Pulpín” a través de las redes sociales, videos de Youtube, memes y debates tuiteros, entre varias otras vías más.

Desde el primer mandato de Alan García hasta la fecha, jamás hemos elegido a un “dinosaurio político consolidado”, sin decir nada de los partidos políticos, los cuales son en su mayoría inventos y fusiones creados cada cinco años para no quedarse sin chamba durante los siguientes cinco.

El joven de clase media de los 80, el delfín de Haya de la Torre que estudió en colegio nacional tenía un don y lo supo aprovechar en su máxima expresión. Con su sonrisa y una lengua más filuda que el cuchillo de Gastón, entró fácilmente en la cabeza del electorado en general, principalmente en los jóvenes cansados de los viejos y sus propuestas.

“Un joven podría hacer algo por su país” debieron de haber pensado los jóvenes de aquel entonces mientras en sus radios escuchaban a Frágil y Los Prisioneros. El respaldo político de ese joven y animoso candidato, era el APRA, por lo menos un partido serio, más allá de todo lo que se le puede criticar a este grupo. ¿Qué querían los padres de la generación Dragón Ball? Una persona joven de grandes ideales, diferente de los viejos y de ideas progre. Está de más recordar el bochornoso momento de su salida del Congreso al final de su mandato, pero ojo que este momento sentenció el deseo de revancha del aún joven García, que lo haría volver años después para darle la cara al destino y cambiar los libros de historia. (Por lo menos no iba a entregar la banda presidencial igual a su primera vez. Nadie puede hacerlo peor)

Con el país en la ruina, la campaña del noventa se viralizó en las colas para comprar comida con una tonelada de billetes de Intis en la mochila que no valían nada. “Nunca más por un joven idealista”, “Nunca más por el APRA”, NUNCA DIGAS NUNCA. ¿Quién apareció? El arequipeño con pinta y costumbres de limeño, con ideas claras pero poco agradables para el electorado que buscaba a una “persona” y no ideas ni planes. Vargas Llosa era el típico “pituquito” progre, desencantado de la izquierda (¿Quién podría estarlo saliendo de un gobierno horrible y con otros senderos nada luminosos), con costumbres moralmente juzgadas por una gran parte del pueblo peruano, con planes que sonaban mal y sobretodo asustaban. A este señor le pasó la cuenta su excesiva sinceridad, con sus planes y su ventilada autobiografía.

Fue por entonces que apareció el “japonesito de la polca criolla”. Un estereotipo aceptado por la población, sobre todo por los progres de ciudad. Su tractor, su cercanía con la gente, el verlo en cada vendedor de la tienda de la esquina, en cada migrante o hijo de migrante que salió de abajo, con la honestidad del hombrecito de ojos jaladitos llamó mucho la atención. Realmente Fujimori fue el outsider noventero que ganó sin la ayuda de Facebook. ¿Qué quería el Perú? ¿Un japonés que ponga orden? Lo hizo, a la fuerza y con una estampita de Maquiavelo en su altar a la que le prendía incienso. Esto le valió la aceptación de la población, sobre todo porque hizo lo que tenía que hacer. ¿Qué pasó después? Lo atrapó el fantasmita que habita en Palacio y el poder le nubló la vista. Quiso ser el nuevo emperador del Perú y borró todo lo que, de buena o mala forma, había conseguido.

Fue entonces que, llegando los antiguos monstros a territorio nacional, saltando los dinosaurios a las calles desde los cuatro suyos para vencer al tirano, apareció el Emperador Peruano, es más, el Inca reencarnado, el Cholo, como él mismo se llamaba, que salió desde bien abajo, que estudió en los “yunaites” y se casó con su “gringa”. El outsider del nuevo siglo fue Alejandro Toledo, el Pachacutec del siglo XXI. Nuevamente el peruano votó por el personaje que le crearon, por el partido que hicieron para llegar al poder y esta vez el Cholo le dio cinco años de diversión con sus dotes de político humorista al fiel estilo de Cantinflas y, a pesar de haber trabajado con toda su familia en Palacio, le dio estabilidad a un país sin rumbo. Punto para el outsider.

La siguiente elección fue muy rara y aquí partió mi derecho a voto. Con dieciocho años uno escucha lo que dicen sus padres, amigos y listo, vota no más. Como yo soy de la generación Dragon Ball y mis viejos vivieron la época de la leche Enci y las colas por comida y lo que te quisieran vender de más por ello, ni cantando iba a votar por Alan García, aunque escuchar a ese señor a los 18 era como cuando a los 15 años me servían una chela en los quinos, o sea, me sabía a jarabe para toz pero qué rico se sentía.

Los partidos eran consolidados, el PPC y el APRA, pero siempre sale el candidato del pueblo y este era el militar que valientemente se había enfrentado a la dictadura y revivía el sentimiento de la olla vacía, la que estaba así porque le habíamos vendido nuestra alma a los chilenos, españoles, gringos o lo que sea. El que viene de abajo llegó arriba, Ollanta Humala.

Esta elección nuevamente tenía al candidato pituco, pero en versión mujer: la pituca limeña; también al candidato que nadie quería por su pasado desastroso y obvio, al candidato del pueblo. ¿Qué pasó? Al papá de Lourdes Flores se le ocurrió hacer un comentario que le sonó a roncha a todos, principalmente a los progres citadinos y como casi siempre pasa, nos cambiamos de camisa por la persona y no por las propuestas, y así es que llegamos al primer estado de conmoción para mi nueva capacidad de hacer valer mi derecho de elección, tenía que decidir entre tomar ácido muriático o comer veneno, o sea, entre García y Humala, y lo peor de todo es que lo tenía que hacer para no pagar una multa que me parecía injusta en ese entonces. Finalmente me salvé de aquello, de esa horrible segunda vuelta, porque gracias a Dios ya tenía un viaje programado para esa fecha al extranjero y nunca marqué la estrellita del APRA ni la olla de Ollanta.

Ganó el menos peor para mí y García gobernó para limpiarse el trago amargo de su primer mandato. Luces y sombras. Finalmente gobernó con el buen aire económico de aquel entonces y gracias al outsider, que le restó votos a Flores Nano y que finalmente llegó a segunda vuelta.

Desilusión electoral 2.0 la que me tocó en la última elección. El outsider del 2006 había tomado fuerza, se consolidó y afinó todos los detalles para no generar el rechazo que le hizo perder la vez pasada. Se quitó el apellido Chávez de su nombre y repitió su discurso hasta que de tanto repetirlo se quedó instalado en la conciencia del electorado. ¿Qué tenía los citadinos? Castañeda sonaba un poco, el APRA versión beta se desinfló por fallas en su actualización, Toledo no tomó en cuenta que tenía que contar nuevos chistes y los repetidos aburrieron. Pero no todo estaba perdido. Desde abajo apareció el discurso progre y serio de un personaje que se dio cuenta que estaba postulando para la presidencia cuando ya estaba encima del carro, el PPKausa. Su campaña fue casi perfecta en cuanto a la publicidad usada, el pionero de las redes sociales. Los colores de sus afiches, el gringo acholado, el estilo de surfer que compra su pan con pollo de 2 soles en Makaha, el que habla con el pueblo, el economista destacado, etc. Tenía todo para sacarle jugo. Lo malo es que hablaba a 1 por hora y aunque era fuerte entre los jóvenes citadinos y sobretodo Lima, era gringo y hablaba tecnicismos, o sea… era un político y no un personaje. Error pues, el electorado peruano busca un personaje y Kuczynski no era cercano a nadie. Subió abruptamente en las encuestas, pero el señor que repetía su discurso era el personaje que la gente buscaba, más aun ahora que se había quitado su espantosa camisa roja.

Al otro lado del cuadrilátero estaba la hija del señor que tuvo un “pequeño” error y que debido a ello cumplía una de tantas condenas en la cárcel. Keiko era la candidata de la generación de mis viejos, los que se desilusionaron de su papá, pero que ahora ya le habían perdonado (total, era un pequeñito error). También era la candidata de quienes ahora, en el auge económico se habían olvidado de hacer algo que su viejo sí hizo: llegar hasta en bicicleta a su pueblo para inaugurar un colegio o regalar lo que sea. Era la candidata del que escucha una frase en quechua y entiende, de quienes piensan que esta mujer sí la puede hacer, de quienes piensan que es más honesta una mujer que un hombre. Antes fue lo racial y social, ahora vale el género pues.

¿Qué pasó? El outsider fue un éxito en Facebook pero no todos los peruanos tienen internet. El candidato de la generación Dragon Ball se llevó en su caída los votos de Toledo, Castañeda y los que no querían ver a una Fujimori nuevamente en el poder. El pueblo ganó y llevó a su candidato Humala a segunda vuelta pues era el cercano, el que los iba a ir a visitar y darle todo lo que pedían, el militar, el de mano dura, etc. La historia se volvió a repetir: ¿veneno o ácido? Esta vez no me salvé y preferí darle mi voto de generación Dragon Ball a la Sra. Fujimori. Con todo y su kamejamejá, perdí.

¿Qué pasa hoy? Saquen conclusiones. El outsider de la elección pasada dejó de serlo. Ahora el PPKausa está consolidado pero parece que no cambió su publicidad y simplemente sacó los polos guardados del 2011 y los volvió a utilizar para bailar y repartirlos, encima ahora le pegaron detrás un papel que dice: dinosaurio.

La señora Keiko sigue con sus fieles seguidores de la generación de mis viejos, ellos ven su ser mujer una promesa, y rescatan del fango lo bueno que hizo su viejo. Les cuesta, pero algo encuentran en el barro. Sigue primera y sabe que si llega a segunda vuelta, se le van a sumar los desencantados de los otros señores.

El grupo progre citadino partió la campaña con la mirada fija en su Kausa, pero ya no es el mismo, cambió. Ya se sumó a los demás con sus bailecitos, sus propagandas serias y por último, el esquema económico del cual era fiel representante ahora huele a azufre. A los de la generación Dragon Ball se les sumó la generación Pulpín y todos nosotros somos una bandera que sopla de lado en lado, indecisos por no saber pero animados por las sentencias de las redes sociales. Total, los memes nunca mienten y siempre nos ayudan en nuestra vida. ¿O no?

¿Qué hay de diferente? Que esta vez hay varios outsider que responden a lo complejo de nuestra gran masa electoral: la edad, los gustos, las personificaciones, las redes, la globalización, las ideologías remasterizadas, los complejos, las penas, los recuerdos, etc. ¿Quiénes son? Pienso que el más potente es uno que, a su vez, es la mezcla de varios y por ello, el más peligroso: Acuña.

Este nuevo outsider tiene el maquiavelismo de Fujimori, la chispa cantinflesca y la empatía con el pueblo de Toledo, la terquedad y repetición de Humala, la plata, publicidad y colores parecidos de Kuczynski y lo sin vergüenza de García (tómelo para bien o mal, como usted prefiera).

¿Partidos serios? Ya nos existen, estamos en los tiempos de la K (por lo menos ninguno de los partidos que van adelante, en las encuestas, escriben bien la palabra Cambio y el otro es una copia de proyecto de Kennedy para América Latina). Esperemos que estas K no traigan los “Malos Aires” que acaban de finalizar su ciclo en un país hermano.

Los otros outsiders son interesantes, pero son más de lo mismo. Nos quedamos en el que habla bien, en el que triunfó, en quien vemos una imagen frustrada de nosotros mismos o en quien podemos depositar nuestra bandera de Perú con siete colores y que contienen todo el paquete neo-progre ideológico de hoy.

En conclusiones, estamos bien lejos de escoger a un político serio, consolidado, con trayectoria y respaldado por un partido político con más de quince años de trabajo, por lo menos. Tenemos la mala costumbre de buscar lo novedoso, de buscar personajes y no proyectos. Nuestra conciencia nos entrampa con cuestiones morales o ideológicas que se resuelven escogiendo un buen congreso y perdemos de vista lo demás. Hablamos de política pero no queremos un político sino un rostro nuevo, para terminar tropezando en nuestro intento y finalmente elegir entre lo malo y lo más malo.

Pienso que la solución a la enfermedad del outsider es el ponerse frente a una computadora y leer sus planes de gobierno, cuestionarlos, ver entrevistas, leer reportajes, o sea informarse. No quiero ver videos tendenciosos cortados a propósito para quedarnos con una publicidad viral que me haga elegir por el entusiasmo que me suscite en ese momento. La solución también está en no sólo pensar en esta elección, sino en el proyecto país que queremos.

Me queda tan solo repetir una frase para el bronce dicha hace casi 26 años atrás: “Que Dios nos ayude”.

Escrito por

Raúl La Torre

Historiador y emprendedor. Vivo en Chile desde el 2009.


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A veces dan ganas de opinar

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